¿Por qué los ciudadanos votan a unos partidos u otros, en blanco o se abstienen? Cabe pensar que son sus intereses los que mandan, pero la pregunta es entonces qué son los intereses, y parece ser que a menudo tienen poco que ver con eso que los economistas entienden por "intereses racionales". Bien puede suceder que un ciudadano vote en un sentido y no en otro para que su mujer le deje en paz o porque sus amigos van en esa dirección. La fría racionalidad es una rara avis, las cálidas emociones y los sentimientos deciden mucho más de lo que nos creemos.
Esta enseñanza ancestral es la que pone de nuevo sobre el tapete la neuropolítica, una disciplina preocupada por descubrir cómo funciona el cerebro de los ciudadanos, sobre todo de los ciudadanos como electores. El contagio de los saberes "neuro" ha llegado también a la política, generando esa "neuropolítica", que es bien útil a políticos y asesores para organizar los discursos de modo que sea posible captar votos. Un tema, al parecer, apasionante, si los hay.
